¿Los videojuegos son peligrosos? En este artículo desmontamos mitos comunes sobre su impacto en la infancia y ofrecemos claves para acompañar sin miedo.
“Los videojuegos son malos.”
“Jugar tanto no puede ser sano.”
“Eso no enseña nada útil.”
Si alguna vez has dicho o escuchado alguna de estas frases, no eres la única persona. Durante años, las familias han visto los videojuegos como una amenaza más que como una oportunidad. Pero, ¿qué hay de cierto en todo eso?
Hoy quiero que hablemos sin prejuicios, con datos, con experiencias, y sobre todo, con empatía. Porque detrás del miedo al videojuego, muchas veces hay desconocimiento y soledad. Pero también hay margen para el cambio.
Esta semana estuve pensando en algo que me ocurrió en una formación con familias
Un padre levantó la mano casi al final. Había estado callado todo el rato.
Me dijo:
— “Mi hijo juega mucho. A veces pienso que está enganchado. Pero cuando me siento con él, veo que se lo toma en serio. Que no es solo jugar. Se enfada, se emociona, se esfuerza… pero no sé cómo acompañarlo.”
Y le respondí lo que te quiero contar también a ti hoy:
No necesitas jugar. Solo necesitas estar.
Desmontando mitos
- Mito: “Los videojuegos solo sirven para perder el tiempo”
Realidad: muchos videojuegos desarrollan habilidades cognitivas, sociales y emocionales. Resolver acertijos, colaborar en equipo, tomar decisiones en tiempo real o aprender a perder son ejemplos de aprendizajes valiosos.
Algunos estudios muestran mejoras en la atención, la memoria y la creatividad entre quienes juegan con regularidad (moderada y supervisada).
- Mito: “Los videojuegos promueven la violencia”
Realidad: no todos los juegos son violentos. Existen títulos diseñados para enseñar empatía, respeto, cooperación e incluso concienciación social. Además, no hay evidencia científica clara que vincule de forma directa el uso de videojuegos con conductas violentas reales.
Hay videojuegos que abordan el cambio climático, la resolución de conflictos o la diversidad afectiva y familiar. El problema no es el medio, es cómo lo usamos y cómo lo acompañamos.
- Mito: “Si juega tanto, es porque tiene una adicción”
Realidad: a veces el videojuego es refugio emocional, canal de socialización o vía de expresión. La clave está en observar: ¿con quién juega?, ¿cómo se siente?, ¿puede parar sin conflicto?
Observar cómo, con quién y para qué juega es mucho más importante que contar cuántas horas pasa frente a la pantalla.
- Mito: “Esto no es educativo, es puro ocio”
Realidad: ¿y si el ocio también educa?
A través del juego se desarrollan valores, se crean vínculos, se viven emociones. Se aprende a perder, a cooperar, a respetar turnos, a gestionar la frustración…
Sí, también con un mando en la mano.
La clave está en las preguntas:
— “¿Qué has aprendido hoy?”
— “¿Qué parte te ha costado más?”
— “¿Qué harías diferente la próxima vez?”
- Mito: “Yo no entiendo de videojuegos, así que no puedo intervenir”
Realidad: no hace falta saber jugar para educar.
Lo que necesitan no es que domines la consola, sino que estés cerca. Que escuches, que pongas valores encima de la mesa.
Tu presencia es la herramienta más potente que tienes.
Conclusión: deja de temer, empieza a acompañar
Demonizar el mundo digital no lo hace desaparecer.
En cambio, comprenderlo, observar sus riesgos y reconocer sus oportunidades te coloca en un lugar poderoso: el de quien acompaña con criterio, sin miedo ni culpa.
Los videojuegos no son peligrosos por sí solos. Pero sí pueden serlo sin personas adultas que escuchen, pregunten y estén atentas.
¿Te animas a estar?
5 cosas que puedes hacer desde ya
- Siéntate a su lado 10 minutos mientras juega. No para controlar. Solo para mirar.
- Hazle 3 preguntas: ¿qué te gusta de este juego?, ¿con quién juegas?, ¿cuál fue tu mayor logro hoy?
- Observa su comportamiento después del juego: ¿se irrita? ¿se aísla? ¿se comunica?
- Habla en casa sobre lo que ven y escuchan en los juegos, igual que lo haces con las pelis o el cole.
- Empieza a mirar los videojuegos como una parte de su vida, no como un problema. Ahí empieza el cambio.
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